Fue el compositor de la música de la película Green Mansions, dirigida por Mel Ferrer y con él y Audrey Hepburn como protagonistas. Fue el ideólogo del extraordinario plan de educación musical implementado por el gobierno populista (¡oh no!) de Getúlio Vargas. Y sus obras posteriores a la década de 1940 fueron señaladas abundantemente por la intelligentsia musical de su época como pintoresquistas y superficiales. Lo que puede decirse con certeza, en todo caso, es que, salvo por su obra para guitarra y alguna de sus Bachianas brasileiras, Heitor Villa-Lobos es un desconocido. Una de sus obras más geniales es una suerte de largo poema musical para piano solo llamado Rudepoêma, compuesto en Río de Janeiro entre 1921 y 1926, algo así como la consagración de una luminosa y excéntrica primavera amazónica.
Acerca del título, un neologismo que une la poesía con lo rudo, Arthur Rubinstein, el pianista que estrenó la obra, explicaba en sus memorias (My Many Years. New York, Alfred A. Knopf, 1980): «La palabra ‘rudo’ no tiene en Brasil el mismo significado que en otros idiomas. Quiere decir ‘salvaje’. Cuando le pregunté a Villa-Lobos si él me consideraba un pianista salvaje, él me dijo, excitado, ‘ambos somos salvajes; no nos fijamos mucho en detalles pedantes. Yo compongo y usted toca, desde el corazón, haciendo que la música viva’.»
No han sido muchos los pianistas que tocaron esta obra, en parte por sus inmensas dificultades de ejecución que anticipan al pianismo híper polirrítmico de Egberto Gismonti (y es que podría decirse que la herencia de Villa-Lobos prosperó más en él y en Tom Jobim que en la música de tradición académica). Aquí puede escucharse la memorable interpretación de Nelson Freire.