Un bote se acerca a una isla. La isla se parece al cementerio de Azul, diseñado por el arquitecto Francisco Salamone en 1936. Arnold Böcklin, un pintor simbolista suizo, pintó, obsesivamente, seis versiones de esa escena entre 1880 y su muerte, en 1901. Todas se llaman “La isla de los muertos” –un nombre mencionado por el pintor en una carta a quien le había encargado la obra–, y una de ellas se convirtió en la Isla Calavera de King Kong, la película dirigida por Merian Cooper y Ernest Schoedsack en 1933.
Tres años después, al mismo tiempo que Salamone comenzaba sus obras en la provincia de Buenos Aires, Vladimir Nabokov escribía la novela corta Desesperación y allí mencionaba los cuadros de Böcklin., O, mejor dicho, las reproducciones fotográficas, en blanco y negro, que se popularizaron en las primeras décadas del siglo XX. “Había una en cada hogar de Berlín”, dice Nabokov.
Sigmund Freud tenía una reproducción en su estudio y Vladimir Ilyich Lenin había colgado la suya sobre su cama. Adolf Hitler tuvo, en su casa, el original de la tercera versión. Y Sergei Rachmaninov había visto una de esas reproducciones en París, en 1907, y a partir de allí compuso una de sus obras más bellas, una pieza sinfónica llamada como el cuadro y en la que un insistente pie rítmico de cinco tiempos (a veces 2+3 y en ocasiones 3+2) parece remedar el inquietante ritmo de los remos del botero. Mucho después, el músico vio el original, en el Metropolitan Museum of Arts de Nueva York. “Si hubiera visto primero la pintura verdadera, probablemente no hubiera escrito esta obra”, afirmó el compositor. “A mí me gustaba en blanco y negro”. El 18 de abril de 1909 Rachmaninov dirigió el estreno de La isla de los muertos. Es casi seguro que no hubo ensayo. A lo sumo una lectura previa: la fecha en el manuscrito es del día anterior. El compositor realizó numerosas correcciones, antes de cada una de las veces en que volvió a dirigir la obra y la más drástica de todas fue el corte de 62 compases en 1929, antes de grabarla por primera vez, al frente de la orquesta de Philadelphia.
Aquí aquella versión original y una reciente, para mí la que mejor conjuga precisión, equilibrio de planos, respeto por los movimientos de las voces internas y expresividad, con Vasily Petrenko al frente de la Orquesta Filarmónica Real de Liverpool.