Oscuras luces y luminosas sombras

Hace años, Claudio Da Passano regresó de un viaje iniciático y descubrió para mí a la Nuova Compagnia di Canto Popolare y piezas como Cicerenella o Lo Guarracino. Nápoles no se parece a nada, podría pensarse, y su música tampoco.

Carlo Gesualdo, un príncipe y músico -e incidentalmente asesino de su mujer y el amante (de ella)– une, en sus últimas canciones y en los fenomenalmente oscuros Responsoria de Semana Santa, ese españolismo morboso –hay tanto en los versos de sus madrigales del conceptismo de Francisco de Quevedo– y el refinamiento de los compositores romanos y venecianos.

Hay un cuento largo de Marguerite Yourcenar titulado «Ana Soror,» que es a la vez reescritura de un relato temprano, «A la manera de El Greco», donde ese tono es captado con precisión. Allí está la delectación con las llagas sangrantes de Cristo y el manierismo y las tinieblas convertidas en estética y credo. Y hasta el noble padre de Ana parece tener los rasgos de Gesualdo. El Greco se llamaba Domenikos Theotokopoulos, había nacido en Creta, donde se dedicó a pintar íconos neo bizantinos y se formó más tarde en Venecia y Roma para radicarse finalmente en Toledo. Fue, como Quevedo, protagonista del arte español –un arte de oscuras luces y luminosas sombras– y Nápoles, que fue colonia española, vibró en resonancia con ellas, con esas luces y sombras que Caravaggio había hecho suyas y con las que otro español adscripto a la escuela napolitana, José de Ribera, pintó «La piedad» (ilustración principal).
En el rito eclesiástico hay un texto particularmente propicio para esa sensibilidad napolitana: «Stabat Mater», de Jacopone da Todi. «Estaba la madre, doliente, junto a la cruz, llorosa», comienza ese poema escrito en el siglo XIV que Pergolesi, un músico formado en Nápoles, llevó a una de sus cumbres expresivas antes de cumplir 26 años.

Otro napolitano, Alesandro Scarlatti, compuso un Stabat Mater magnífico e intenso (ambos, el de Pergolesi y el de Alessandro Scarlatti, forman parte de un disco extraordinario de Rinaldo Alessandrini en el que cantan Sara Mingardo y Gemma Bertagnoli).

Pero es otro Scarlatti, su hijo Domenico, famoso por sus más de quinientas sonatas para clave, quien compuso la obra más bella, expresiva y extraña sobre ese texto. Su Stabat Mater, escrito más de cien años después de los Responsoria de Gesualdo, retoma ese espíritu. Cultiva con detallismo las disonancias. «Es como una boca preparada para un beso, que, no bien llega la otra boca, se desplaza dejándola en el vacío», decía un amigo, el director Benoit Rénard, al escuchar la obra. El Greco, Ana Soror, Gesualdo, puestos en el mundo del barroco tardío, ya al borde de la Forma Sonata y el iluminismo musical de Gluck y Haydn. Y, nuevamente, Rinaldo Alessandrini y una versión ejemplar.

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