Los 5 mejores discos que nadie pondría en su primera lista de los 5 mejores discos. Hoy: Jazz instrumental

Las primeras listas ya son conocidas. Podrá haber algunas diferencias entre unas y otras, pero allí estarán, casi con certeza, Kind of Blue de Miles Davis, los Hot Five y los Hot Seven de Louis Armstrong, A Love Supreme de John Coltrane, Ah Um de Charles Mingus, Brilliant Corners de Thelonious Monk, algún Bill Evans, Out To Lunch de Eric Dolphy o Point of Departure de Andrew Hill, Moanin’ de Art Blakey, algún Gil Evans, The Far East Suite de Duke Ellington –o, tal vez, Indigos–, las grabaciones Dial de Charlie Parker, el quinteto del Hot Club de Francia con Django Reinhardt y Stéphane Grappelli, las grabaciones de 1939 de Coleman Hawkins, incluyendo su “Body & Soul”. No habrá aquí nada de eso. Es más, no habrá nada de los nombres más obvios. Ni Miles –tal vez de incluir alguno suyo me hubiera inclinado más por el segundo quinteto, por ESP o por Sorcerer–, ni Coltrane –quizá de haberlo hecho mi elección hubiera sido Transition, o Crescent, o, por qué no, Blue Train– ni Bill Evans ni Mingus ni Armstrong ni Monk.

La empresa es obviamente absurda. Una lista dolorosamente escueta podría incluir 100 títulos. Cinco son imposibles. Pero esa es la gracia. Podrían ser los cinco mejores discos donde toca Pepper Adams –yo incluiré sólo uno–. O los cinco mejores de los pianistas menos conocidos o entre los que utilizan instrumentos habitualmente ajenos al género o los cinco mejores grabados en 1958 (una muy buena cosecha). Pero la lista es esta, sin que su ordenamiento represente ninguna clase de jerarquía:

Serge Chaloff. Blue Serge
Leroy Vinnegar, como otros contrabajistas –Charlie Haden, Dave Holland, Oscar Pettiford, Buster Williams, Gary Peacock, Red Mitchell–, convertía lo que tocaba –y los grupos con los que tocaba– en oro. Sonny Clark –¿por qué será que se lo nombra tan poco?– fue un compositor extraordinario además del pianista que logró, en el hard bop, la contención y la elegancia del cool. Philly Joe Jones era, sencillamente, el baterista con el que todos querían tocar. Y Serge Challoff (foto principal), quien los juntó en 1956 en dos extraordinarias sesiones para el sello Capitol, el 14 y el 16 de mayo, vivió apenas 33 años y casi no grabó discos a su nombre pero le alcanzó para ser el saxofonista barítono más brillante, expresivo y perfecto de la historia. Pensando en Sonny Clark, podría haber puesto aquí a Dial S for Sonny ¬–con una fila de vientos soñada: Art Farmer, Curtis Fuller y Hank Mobley– pero me decidí por el saxo barítono, cuyo sonido amo, y Dial S… lo recomiendo de contrabando.

Dave Brubeck-Paul Desmond. 1975. The Duets
La primera grabación juntos fue a fines de 1946 o comienzos del año siguiente, en que Desmond se agregó al octeto de Brubeck para registrar “Serenades Suite”. A partir de 1950, ya como miembro estable del octeto, fueron (casi) inseparables hasta que, en algún momento, se hartaron el uno del otro. “Trabajábamos como si estuviéramos pasando de moda. Lo que por supuesto era cierto”, afirmó Desmond en 1967, cuando se desbandó el cuarteto con el que había tocado durante diecisiete años.

Brubeck, ex alumno de Darius Milhaud, fascinado con los juegos rítmicos y con un toque mucho más cercano al de un panista clásico que al de uno de jazz, había llegado, no obstante su excentricidad, a ser popularísimo y “Take Five”, un tema de Desmond –que en realidad se llamaba Paul Breitenfeld– se había convertido en el disco más vendido de la historia del género. El saxofonista aseguraba haber ganado “varios premios al saxo alto más lento del mundo, así como un galardón especial al silencio en 1961” y, en el mismo sentido, afirmaba: “En una época comencé a practicar pero ví que empezaba a tocar demasiado rápido y entonces dejé de hacerlo”. Su supuesta lentitud no era cierta; apenas una burla a algunos de sus colegas. Lo que sí era real era su timbre, el más bello que pueda imaginarse, la naturalidad con la que tocaba las notas más inesperadas o las subdivisiones rítmicas menos predecibles y ese fraseo heredado de Lester Young que no le temía al máximo de los lirismos y que se complacía en pensar cada nota como la más importante. Volvió a tocar esporádicamente junto al grupo de Brubeck y, en 1975, la extraña pareja llegó a su síntesis más perfecta: el dúo. El disco se llamó 1975: The duets. Brubeck & Desmond. Las notas originales del álbum, escritas por Desmond, contaban: “Los dos estábamos momentáneamente en una pausa entre distintos contratos de grabación, lo que sucedía de manera tan infrecuente como un eclipse solar. Entonces, en el primer momento en que estuvimos al mismo tiempo en Nueva York (lo que sucedía de manera tan infrecuente como un eclipse lunar), entramos al estudio de grabación durante dos días. Y aquí está el disco”.
Todos los temas son baladas, exactas en su preciosismo, “Stardust”, “These Foolish Things”, “Koto Song”, entre otras, y particularmente una, una especie de habanera con toques de Ravel bautizada “Blue Dove” –originariamente era un tema mexicano–, es uno de los puntos más altos de la carrera de ambos. La idea de grabar dúos había surgido de lo que tocaban juntos, para ellos mismos, en los interludios entre los dos shows que realizaban en un crucero de lujo, el S. S. Rotterdam, entre Nueva York y el Triángulo de las Bermudas, “a cambio de camarote y comida”. Desmond decía: “Nunca, en todos los años en que tocamos juntos, habíamos grabado dúos y estábamos un poco resignados a que ésa fuera una especie de nota al pie de página sólo escuchada por los pasajeros y la tripulación del Rotterdam”. Los intrincados experimentos polirrítmicos y politonales de Brubeck, en tensión con la calidez casi displicente de Desmond, produjeron, en ese disco, la summa de una de las estéticas más personales e inconfundibles del jazz. Como apostilla –o como trampa al límite auto impuesto, no deberían olvidarse las grabaciones finales del saxofonista, que murió a los 42 años, junto con un cuarteto canadiense del que participaba el excelente guitarrista Ed Bickert.

Pepper Adams. Encounter!
Sí. Otro saxo barítono. Y es que sin Pepper Adams nada sería lo mismo. Y si no están convencidos escuchen lo que hace en el disco The Lyrical Trumpet of Chet Baker (otra confesada transgresión a mis propias reglas).

En Encounter, grabado en diciembre de 1968, todo es como debería serlo siempre: interacción, relajación, imaginación, virtuosismo sin exhibiciones vacías y, por si faltara algo, la mejor versión de todos los tiempos de una balada, “The Star Crossed Lovers” –la lectura de Duke Ellington de Romeo y Julieta de Shakespeare. El tenor de Zoot Sims y el barítono de Adams entrecruzándose, el piano de Tommy Flanagan jugando el juego más difícil, el de ser imprescindible sin que se note, y una base insuperable –Ron Carter y Elvin Jones– son los artífices de este encuentro memorable.

Jack DeJohnette. Special Edition
Los méritos de Jack DeJohnette como baterista han sido abundantemente documentados. Suele olvidarse que en los setenta del siglo pasado asomó, al frente de las distintas encarnaciones del grupo Special Edition, como uno de los compositores más originales y potentes del post bop/ post free y post casi todo. Con su extraña mezcla de espíritu festivo e improvisación colectiva à la New Orleans, polirritmia y vanguardia aportó una estética tan nueva como inconfundible. En la primera versión del grupo, la del disco que luego le dio su nombre a todas las demás, grabado en 1979, todo, empezando por las composiciones, todas del baterista salvo «Central Park West» e «India», de Coltrane, y, además, los vientos –Arthur Blythe y David Murray, saxo alto uno y saxo tenor y clarinete bajo el otro– están allí en estado de gracia.

Keith Jarrett. The Survivors Suite.
La imagen del improvisador sin libreto fijo, o la de su trío dedicado a releer standards del género, han ocupado, en el caso de Keith Jarrett, el lugar del conjunto. Tratándose de un artista multifacético y de uno de los compositores más notables de la década de 1970, esa metonimia no podría ser más injusta. Su cuarteto “americano” –y ornettiano, hay que decirlo–, con Charlie Haden en contrabajo, Paul Motian en batería y Dewey Redman en saxo (otra trampa, otro grupo ornettiano, también con Haden y Redman, inevitable, Old and New Dreams) grabaron, para Impulse, varios de los mejores discos de su época. Y en abril de 1976 registraron, para ECM, el que tal vez sea la culminación de esa estética, la genial The Survivors Suite. Jarret toca, además de piano, percusión, saxo soprano y flauta dulce bajo –un comienzo de un misterio y una sugerencia únicos–. Y el cuarteto suena, verdaderamente, como un grupo en que cada parte se integra a un todo que es mucho más que su mera suma.

2 comentarios en “Los 5 mejores discos que nadie pondría en su primera lista de los 5 mejores discos. Hoy: Jazz instrumental”

  1. Hola, sólo para agradecer estas maravillosas notas (artículos? comentarios? ). A veces puede ser que no coincida con tu gusto pero siempre es un placer leer tus notas. Gracias!

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