Los 5 mejores discos que nadie pondría en su primera lista de los 5 mejores discos. Hoy: Brasil

No incluiré Construçâo, ni Tropicália ou panis et circensis, ni Vinicius con Baden Powell, ni Minas ni Gereais ni Travessia, ni Mel ni India ni Chega da saudade ni la maravillosa banda de sonido de Orfeu negro. Ni Araçá azul, ni Libro ni Etrangeiro. Ni Chico con Caetano ni Chico con Maria Berhânia. Es decir, en lo posible, nada de lo que ya saben. Y si no lo sabían tomen nota de la lista que acabo de hacer, la de lo que no está en la lista.

1. Quarteto Novo

El Quarteto Novo se formó en 1966 y primero fue un trío que se llamaba, obviamente Trio Novo, y acompañaba en sus presentaciones a Geraldo Vandré. En 1967 entró un nuevo integrante y el grupo tuvo su nombre definitivo. Los tres del comienzo eran Theo de Barros en contrabajo y guitarra, Heraldo do Monte en viola caipira y guitarra y un joven percusionista ignoto llamado Airto Moreira. El cuarto elemento llegó un año después y fue otro desconocido, un flautista llamado Hermeto Pascoal. En su único disco, llamado como el grupo, el primer tema, «O ôvo», anuncia lo que sonará por muchos años –y todavía–: es el huevo de la mejor de las serpientes que pudieran ser soñadas.

2. Edú Lobo. Limite das aguas

No alcanzó su magnífico dúo con Bethânia en 1966. Ni su fructífera y sostenida aparcería con Chico. Ni O Grande Circo Místico. Ni la canción «Arrastão», compuesta junto con Vinicius de Moraes. Ni su guitarra en el entonces (1970) comercial y vilipendiado y hoy exquisito From the Hot Afternoon, del saxofonista Paul Desmond y con arreglos de Don Sebesky. A Edu Lobo, uno de los grandes creadores del Brasil se lo recuerda poco y se lo conoce menos. Este disco, de 1977 y con un grupo que incluye notables como Danilo Caymmi y Mauro Senise, es una buena manera de comprobar el error.

3. Egberto Gismonti. Agua e vinho

Todavía componía canciones junto con el poeta Géraldo Eraldo Carneiro. Ya aparecía con él el cellista Jacques Morelnbaum. Agua e vinho fue publicado en 1972, fue su primer disco en la EMI y el cuarto de su carrera. Es, sencillamente, uno de los más originales de todos los tiempos. La manera en que se expande la forma de la canción y en que cada una de las que forman parte del álbum se convierte en un universo caleidoscópico, no tiene comparación con nada conocido hasta el momento. Le pregunté a Gismonti muchas veces –en cada nueva entrevista lo intentaba confiando en que no se acordaría de las anteriores y esperando la respuesta nueva que nunca llegó– por qué había dejado de cantar y hacer canciones. Siempre respondió lo mismo: «Haciendo eso era uno más». Siempre estuvo equivocado.

4. Secos e molhados. A volta de secos e molhados

No es la única. Pero si hiciera falta una sola prueba de la importancia de este grupo extraño y genial y de su genial y extraño cantante, alcanzaría con la novena canción de este segundo disco del grupo, publicado en 1973. La letra era un poema de Vinicius y la música había sido compuesta por uno de los integrantes de Secos e molhados, Gérson Conrad. «Piensen en los niños, mudos, telepáticos. Piensen en las niñas, ciegas, inexactas. Piensen en mujeres rotas, alteradas. Piensen en heridas como rosas cálidas. Pero no se olviden de la rosa de la rosa, de la rosa de Hiroshima. Una rosa hereditaria. Una rosa radioactiva estúpida e inválida. Una rosa con cirrosis, una antirrosa atómica. Sin corazón y sin perfume. Sin rosa, sin nada.» Esas eran las palabras. Y las cantaba, en el exacto borde de lo inmaterial, Ney Matogrosso.

5. Elis Regina. Elis 1974

Podrían ser muchos otros. El Elis de 1977, donde estaba «Romaria». El de 1973, donde aparecen varias obras maestras –»Oriente» de Gilberto Gil, «O cazador da esperaldas» y «Agnus sei», ambas de la dupla Joâo Bosco-Aldir Blanc, el piazzolliano «Cabaré»–. O el de 1972 –cómo olvidar «20 anos Blues», «Mucuripe» o esa «Casa do campo» del «tamaño ideal para mis libros, mis discos, mis amigos y nada más». Pero elijo el Elis de 1974, un poco porque sí y otro poco porque gracias a él conocí dos de las canciones más extraordinarias de todos los tiempos: «Travessia» y «Conversando no bar», ambas de Milton Nascimento. Y las conocí con los arreglos exactos, telepáticos, cálidos como rosas con corazón y con perfume, de César Camargo Mariano y con músicos como el guitarrista Hélio Delmiro, en las mejores versiones que existen, –y que existirán por los siglos de los siglos. Amén–.

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