“Me recordó que en la distancia que va de algo que te parece lindo a algo que te cautiva se juega todo en el arte, y que las variables que modifican esa percepción pueden y suelen ser las más nimias”, dice al pasar María Gainza –o el personaje de una de sus aguafuertes de El nervio óptico, es difícil distinguirlas–.
La frase me cautiva; no me parece linda. Tiene, en el primer momento, el efecto de una revelación. De algo pensado por mí muchas veces y explicado otras tantas aunque sin esa claridad. Amanece en Buenos Aires y desde la ventana veo uno de esos horizontes rojos que –y vuelvo a Gainza– me recuerdan a Cándido López.
Pienso en las fallas, en las grietas de una obra, en los pequeños lugares donde asoma algo que ha escapado al control del artista y pienso si no es eso lo que cautiva. El resto del texto, podría haber dicho Josefina Ludmer en una de sus clases. Lo que escapa a cualquier teoría, a cualquier análisis, a la reducción.
El tema buffo, robado a un aria escrita para otro, como sujeto de una fuga y al comienzo del desarrollo en el primer movimiento de la última sinfonía de Mozart; lo serio y lo burlón a un lado, como le hubiera gustado a Mijail Bajtin. Los cromatismos salvajes del clave, en su pasaje a solas, justo antes del regreso al orden, en el Brandeburgués Nº 5 de Johann Sebastian Bach. La acumulación de tensión y la disonancia de las trompetas en el punto cúlmine del desarrollo del primer movimiento de la Sinfonía Nº 3 de Beethoven. La falta de medida, la dimensión fuera del tiempo de la última sonata para piano de Schubert. El alud de la orquesta desembocando en un pianísimo del grupo en “A Day in The Life” de The Beatles. Momentos que lo cambian todo. Y la pregunta, inevitable, ¿hay algo allí de objetivo? Esos momentos, ¿le hablan a todos de la misma manera? O, siquiera, ¿le hablan a todos?
Hay espectáculos que fascinan –que cautivan– a otros y a mí no. Y, habría que pensarlo, muchos de ellos –y ni hablar de lo otros en serio, de ese famoso Otro con mayúsculas que escucha cumbia– permanecen seguramente impávidos ante la Sonata D. 960 de Schubert, ante los horizontes rojos de Cándido López y hasta posiblemente ante “A Day in The Life”. ¿Entonces? Entonces ya ha acabado de amanecer en Buenos Aires.