El arroz de los casamientos ajenos y las cuerdas de Alfred Hitchcock

El 28 de abril 1966, un cuarteto de cuerdas, el Gabrielli, entró a un estudio de grabación. Las circunstancias no eran las normales. Por un lado los micrófonos estaban demasiado cerca, algo por lo que al principio se negaron a grabar y que casi le costó el puesto al ingeniero del estudio, Geoff Emmerick. Lo otro inusual, además de la música –las cuerdas debían tocar “muy marcato”, llevando a las cuerdas más cerca de la percusión que de su natural untuosidad– fue que que en el proceso posterior sus voces (los dos violines, la viola y el cello) fueron duplicadas, convirtiéndolas en un octeto virtual, que nunca había existido en la realidad.
Hubo una tercera particularidad, de la que el cuarteto nada supo pero sería fundamental para la historia de la música. Esa grabación estaba destinada a ser el acompañamiento de una canción popular, de menos de tres minutos. No a formar parte del acompañamiento, a embellecerlo o “arreglarlo” sino a ser todo el acompañamiento existente, reemplazando por completo al grupo pop de guitarras, bajo y batería. The Beatles solo serían las voces. Y, claro, la composición –con la pequeña ayuda de un amigo–. La canción, “Eleanor Rigby”, contenía una de las imágenes más tristes que pudieran pensarse, una mujer anciana recogiendo en la calle, frente a la puerta de la iglesia, el arroz de los casamientos ajenos. Y fundaba algo hasta ese momento inexistente: la canción popular cerrada. Clausurada para cualquier otra interpretación –incluso de The Beatles, que por algo dejaron de tocar en público–.


No se trataba de que la canción no pudiera ser cantada por otros –Aretha Franklin estuvo entre quienes lo hicieron y con resultados magníficos–. El hecho significativo es que la canción, sin su punzante octeto de cuerdas, sería siempre otra. El acompañamiento, como en la tradición académica, ya no era intercambiable. Como el piano en Schubert, Schumann o Fauré, ese sonido era indivisible de la canción y cualquier otra versión sería, necesariamente, una transcripción.

Como otras veces fue Paul McCartney quien explicó a George Martin, el compositor de ese acompañamiento escrito para una sección de cuerdas, lo que quería. Y el que puso como ejemplo a Bernard Hermann, un autor estadounidense afincado en la tradición centroeuropea que se había adueñado de Hollywood y que creó muchas de las músicas que fueron parte del lenguaje cinematográfico de Alfred Hitchcock.

Pero Hitchcock no fue el único director con el que trabajó Herrmann. De hecho, en 1966, el año de “Eleanor Rigby”, se estrenó Farenheit 451, sobre la novela de Ray Bradbury, dirigida por François Truffaut y con música de Herrmann. Y George Martin dijo haberse inspirado en ella. O no. Tal vez dijo otra cosa y alguien lo corrigió, poniendo allí la banda de sonido de Herrmann que sonó en el 66. Pero hay un problema. O dos, si se tiene en cuenta que la música de Farenheirt 451 no suena ni parecida a la de “Eleanor Rigby”. Y es que el estreno de la película de Truffaut fue el 16 de septiembre de ese año, o sea casi cinco meses después del registro de la canción. La hipótesis más probable es, como casi siempre, la más sencilla: McCartney habló de Psycho –la música de Herrmann más famosa, por otra parte– y fue Psycho lo que Martin escuchó y tuvo en cuenta para su “muy marcato”.

Tal vez para darse algo de crédito, y no reconocer en McCartney la totalidad de la idea, agregó lo de Farenheit a posteriori, dado que le pareció verosímil al ser una película de ese año, 1966 (y a que no existía Internet, para chequear casi cualquier cosa). O, quizá, simplemente se confundió. Pero lo que es innegable es que las cuerdas de “Eleanor Rigby”, sin dejar por eso de ser únicas –y sin duda uno de los pasajes más inspirados y característicos de la historia de la canción de tradición popular– vienen de Psycho. Y una versión para cuarteto de cuerdas de la música del film, recién grabada por el notable Tippett Quartet, lo pone aún más en evidencia.

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