Compuso otras obras pero se lo conoce por una sola. En realidad, un grupo de obras, un conjunto de seis sonatas para violín solo. Si en el dudoso cuadro de honor de la música de tradición académica, la extensión de la obra –y de cada obra–, la variedad de medios instrumentales utilizados y el abordaje o no de formas grandes –sinfonía, ópera, grandes poemas para orquesta, conciertos– son elementos de peso, Eugéne Ysaÿe aparece condenado de antemano al purgatorio de los compositores menores. Y, no obstante, esa serie de seis sonatas es una obra indudablemente mayor. Con una clase de exigencia virtuosa que no pasa –o no pasa solamente– por los fuegos artificiales. Cada una de las 6 Sonatas está dedicada a un violinista admirado: Joseph Szigeti, Jacques Thibaid, Georges Enescu, Fritz Kreisler, su alumno preferido, Mathieu Crickboom, y Manuel Quiroga Losada. No hay gran violinista que no las haya tocado y entre las mejores versiones recientes no pueden olvidarse las de Alina Ibragimova, Thomas Zehetmair, Julia Fischer, Leonidas Kavakos y James Ehnes. La de Hilary Hahn, que acaba de publicarse, tiene, no obstante, otra cosa. Ella dice que “estas sonatas poseen algo que es natural para mí, como si yo misma las hubiera compuesto”. Y eso es exactamente lo que se escucha. Alguien que sigue con escrupulosidad cada una de las indicaciones del compositor como si se le fueran ocurriendo en el momento. Como si respondieran a una improvisación tan genial como iluminada. Como si no hubiera distancia alguna entre composición e interpretación. La grabación, además, es extraordinaria.