«Soy snob, aún más snob que hasta hace un rato, y cuando me muera quiero un sudario de Dior», canta Boris Vian en «J’suis snob», con música de Jimmy Walter.
Una versión de Alberto Favero, que interpretaba su mujer de entonces, Nacha Guevara, introducía la variante «Tengo abono en el Colón pero no voy».
Vian, trompetista amateur, letrista de canciones y cantante, autor de muchas novelas ingeniosas y de algunas geniales –La espuma de los días, Otoño en Pekín que, claro, no sucede ni en otoño ni en Pekín–, dijo algunas grandes frases («la lengua es un órgano sexual que ocasionalmente puede utilizarse para hablar», «los seres humanos se equivocan en conjunto pero parece que siempre tienen razón cuando están solos») y escribió también sobre una de sus pasiones, el jazz, en el periódico Combat, que dirigía Albert Camus. Fue un ferviente defensor del hot y un furibundo enemigo del cool, en una época en que parecían ser opuestos. La encarnación del mal, en música, para él tenía un nombre: Gerry Mulligan. Había nacido en 1920. Murió a los 39 años de un ataque al corazón mientras asistía, de incógnito, al preestreno de la película de la que había sido expulsado después de pelearse con todo el mundo. Se trataba de la adaptación de su novela Escupiré sobre sus tumbas, que en su momento había firmado como Vernon Sullivan por miedo al escándalo. El film fue dirigido por Michel Gast y tiene una bella banda de sonido de Alain Goraguer.
Firmó, a veces, como Boriso Viana, Baron Visi, Brisavion, Navis Orbi o Bison Ravi, todas variaciones de su propio nombre. Ostentaba un título de dudosa prosapia, el de «sátrapa trascendente», otorgado por el Colegio de patafísica. Era ingeniero, aunque siempre prefirió dedicarse a otras cosas y creó una ópera, El caballero de las nieves, cuya música, escrita por Georges Delerue, el compositor fetiche de François Truffaut, está perdida. En dos o tres discos con antologías de sus grabaciones se lo puede escuchar tocando la trompeta y en sus canciones desafiantes e inconformistas.