Contener multitudes

“Contengo multitudes”, escribió Walt Whitman. Lo mismo podrían haber dicho, aunque con otro sentido, compositores como Thomas Tallis, Giovanni Gabrielli, Heinrich Ignaz Franz von Biber, Héctor Berlioz, Gustav Mahler, Charles Ives o Karlheinz Stockhausen, todos ellos autores de obras que demandan fuerzas extraordinarias y, en algún aspecto, hasta monstruosas.
Muchas de estas composiciones acromegálicas están concebidas para lugares específicos, como San Marco en Venecia en el caso de Gabrielli o la Catedral de Salzburgo en el de Biber, con sus múltiples naves en las que se ubicaban distintos grupos, vocales, instrumentales o mixtos.

Y, casi siempre, la concepción espacial, es parte de la composición. Es decir que en ellas no son importantes sólo los sonidos sino desde dónde llegan al oído. Los cuatro grupos de trompetas, ubicados en las cuatro esquinas de la iglesia, en el Dies Irae de la Grand Messe des morts de Berlioz (a partir del minuto 5:39 en la versión dirigida por John Nelson), o Répons, de Pierre Boulez, donde la música –las respuestas, tomando como fuente los responsorios medievales– circula alrededor del oyente, son obras prototípicas en ese sentido y, por otra parte, traducibles al disco de manera muy imperfecta.

Entre los siglos XIV y XVII, la música eclesiástica desarrolló progresivamente una técnica que se regodeaba en la multiplicidad de voces diferentes –y simultáneas– y en la posibilidad de la percepción auditiva de dicha independencia. Esa polifonía se trasladó, obviamente, a piezas instrumentales –incluso a la estilización de danzas– y, partiendo del esquema habitual de escritura a cuatro voces –sopranos, altos, tenores y bajos de un coro– se amplió en ocasiones a cinco o seis voces y, a veces a un doble coro –una tradición a la que, más adelante, recurrió Bach en la Pasión según San Mateo–.

Es posible que la obra multicoral –o multi polifónica– más importante del Renacimiento haya sido el motete “Spem in alium” de Thomas Talis, el compositor preferido de la reina Isabel I de Inglaterra. Su texto habla de la “esperanza en el otro” y la obra tiene una concepción que un matemático no dudaría en llamar fractal. Se trata, básicamente, de una composición a cinco voces. Pero cada una de esas voces es un coro de ocho voces –en rigor un doble coro– lo que hace un total de 40 voces independientes, que no dejan en ningún momento de entrar, salir, bordear alguna otra voz u ocasionalmente ocupar un lugar solista. Son pocos los momentos en que las 40 voces suenan juntas y la intensidad depende, precisamente, de la acumulación de voces y no de que canten más fuerte o más débil (siempre lo hacen de la misma manera ya que no era usual aún, en el siglo XVI, el crescendo que, según cuentan, fue una creación de la orquesta de la corte de Mannhein, ya en el siglo XVIII. Por otra parte, la obra comienza con solo dos voces en uno de los coros y finaliza con el conjunto de los cinco coros. Existen muchísimas grabaciones de esta obra maestra pero muy pocas en que se respete la disposición en cinco coros. El excelente Huelgas Ensemble, dirigido por Paul Van Nevel, por ejemplo, lo grabó con las 40 voces en círculo y el director en el centro. A mi juicio la versión más perfecta, fiel a la concepción espacial original y además conmovedora es la registrada en 1985 por el Tallis Scholars, un coro conducido por Peter Philips que en estos días cumple 50 años de una trayectoria ejemplar. La escucha de la obra requiere, desde ya, atención exclusiva. Solo de esa manera es posible ir escuchando todo el entretejido –mágico, caleidoscópico– de las 40 voces y disfrutarla en toda su complejidad y esplendor. En la versión de los Tallis Scholars es posible, realmente, escuchar cada una de las voces y a los cinco coros concebidos cada uno de ellos como una especie de macro voz. La encarnación del disco en el mundo Spotify tiene un único problema y es que las tres grandes pausas dramáticas que el motete tiene cerca del final son interpretadas por la aplicación como separaciones entre movimientos –que no lo son– con lo que “Spem in alium” queda repartido entre cuatro pistas con micro cortes en la resonancia del coro que no deberían existir.


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