La música marca el ritmo del reloj. Pero no son horas las que pasan. “Harán tres años,/ tres años que estoy internada/ sí, internada con los locos/ con los locos…”, dice el texto de Michel Vaucaire, autor también de la letra de la famosa “Non, je ne regrette rien”, contando su espera. La canción se cantó una única vez. Y es que, posiblemente, no pudiera volver a ser cantada. La estrenó Edith Piaf en el teatro Olympia de París en 1961. Se decía que estaba por morir; que ya no cantaría nunca más. Y gran parte del público que llenó el teatro fue a ver si cumplía la profecía: morir sobre un escenario. La canción con la que terminó se llamaba “Los blusas blancas”. Sólo ella podía cantarla así. O, mejor, sólo ella podía cantarla.
Quien había puesto música a la letra de Vaucaire era Marguerite Monnot, una ex alumna de Nadia Boulanger, compositora de la comedia musical Irma la dulce y del éxito “Milord” y que murió casi al mismo tiempo que Piaf subía al escenario del Olympia por última vez. En el fondo de la canción hay un principio operístico. Las estrofas se refieren al presente y remedan una suerte de recitativo. El estribillo toma el lugar del aria; es un vals en el que se recuerda el pasado. El tránsito es delicado, apenas perceptible en el comienzo. La blusa blanca que también le han puesto a ella se convierte en “un pequeño vestido blanco,/ un pequeño vestido blanco sobre las flores” y en el sol sobre las flores y en la mano de su amado. Un antiguo vals y una espera sin final; el presente vuelve, con el acompañamiento monótono del reloj, y una variación. “Harán ocho años/ ocho años que estoy internada…” dirá en la última estrofa, antes de explotar en el grito “no estoy loca”, y en las risas –tan parecidas al llanto– con las que Piaf alterna un texto cada vez más inconexo: “…mon amour…toujours… mon amour…”