«The Raven» según Édouard Manet, en la ilustración para la edición de la traducción francesa del poema de Poe realizada por Stéphane Mallarmé.
Heraldos, casi dioses, signos de buenaventura o de desgracia. A veces, la palabra cuervo, apenas designaba un ave negra. La oscuridad y la noche están en los orígenes de sus nombres en varias lenguas. Tres cuervos conversando sobre una rama acerca de qué comerán (un caballero asesinado) y las dificultades para hacerlo (lo protegen sus perros y los leales halcones; luego su amante preñada, que besa el cadáver) en “Three Ravens”, una balada recopilada por Thomas Ravenscroft y publicada en 1611. O su versión escocesa, “The Twa Corvies”.
Y, por supuesto, el repetitivo cuervo de Edgar Alan Poe y su “Nevermore” que derivó en canción de Queen incluida en el álbum Queen II, tal vez el mejor del grupo.
Lou Reed lee el poema de Poe –y lo interviene– con un fondo de cuerdas y el gran compositor Toshio Hosokawa compuso una ópera sobre ese texto.
Y hay también otros cuervos. En particular, el cuervo que se rehusa a cantar, del neo prog Steven Wilson, los cuervos en Casa Rosada de Fito Páez en su primer disco, Del 63, y el ritual “Vete de mí, cuervo negro” de Almendra, con la inquietante superposición inicial de una base de rock bastante estricta y de la guitarra distorsionada que parece (¿parece?) estar hablando de otra cosa (¿otra cosa?).