Fue un hombre de mala suerte. Se enamoró de una mujer que estaba a punto de casarse y, una vez que la conquistó, descubrió que era epiléptica. Más adelante se enamoró de otra, a la que diagnosticaron cáncer un año después del matrimonio. Una vez, durante un bombardeo, abandonó todas sus partituras en el departamento. Las bombas no lo dañaron pero un vecino, preventivamente, quemó todos sus papeles antes de que él regresara. Y tocaba piano a cuatro manos junto a Witold Lutosławski en cafés de las afueras de Varsovia, para sobrevivir durante la Segunda Guerra Mundial –las brillantes Variaciones sobre un tema de Paganini, fueron compuestas por Lutosławski para ese dúo–.
La música de Panufnik, inspirada muchas veces en modelos geométricos, fue tildada por el stalinismo como «formalista» y, harto de las presiones soviéticas, huyó de su Polonia natal, clásicamente, durante una gira y con una espectacular carrera en taxi a través de Zurich. Y lo hizo, también, en el momento incorrecto: se instaló en Gran Bretaña muy poco tiempo antes de que comenzara la primavera de la vanguardia polaca, en que toneladas de fondos soviéticos fueron destinados, sin restricción estética alguna, a la demostración de las bondades socialistas (el primer cine de Roman Polannski, Tadeusz Kantor, Krzysztof Penderecki, Lutosławski y Henrik Górecki estuvieron entre los beneficiarios). Pero, lo que es peor, habiendo sido considerado por algunos como uno de los compositores más importantes de su época, Andrzej Panufnik, después de muerto, simplemente desapareció del mapa. En Polonia lo habían borrado por apátrida y en el llamado Occidente, incorporado al establishment como director de orquesta –condujo la sinfónica de Birmingham– y visto como parte de la dudosa constelación de sinfonistas un poco decadentes que seducían al mercado británico de discos y conciertos, jamás fue considerado dentro del campo de la modernidad y, sencillamente, a diferencia de esas estrellas a las que la luz sobrevive durante un largo período, en su caso se apagó en tiempo real. Su apellido sobrevivió en su hija, la también compositora Roxana Panufnik.
Recientemente, y en gran parte por mérito del director Łukasz Borowicz, que grabó su obra sinfónica completa, al frente de la Orquesta de la Radio Polaca, en ocho volúmenes para el sello alemán CPO, empieza a reconsiderarse su obra, precursora en gran medida del minimalismo, con un manejo excepcional del timbre, virtuosa en el mejor sentido y, leída en serie con Lutosławski y Penderecki, definitivamente moderna.
Gracias Diego por traer a la luz la historia de Panufnik