Sucesión. Serie. Variaciones. Cualquiera de las tres palabras –y mucho más las tres juntas– podría estar referida a cuestiones musicales. Y tal vez lo estén pero, en este caso, aluden a la serie que acaba de terminar luego de cuatro temporadas y a las variaciones en las que prolifera su música, la más pegadiza, la más reconocible y, si se juzga por la infinidad de memes circulantes al respecto, la más bailable producida por la televisión en los últimos años. La banda sonora de Succesion fue compuesta por Nicholas Britell, un judío neoyorquino graduado en la Julliard y en Harvard, varias veces nominado al Oscar y el Grammy y ganador en 2019 del Emmy a “Tema principal original sobresaliente” precisamente por el de esta serie que contó, más que los avatares corporativos de una mega empresa de comunicaciones, la historia –y las historias– de cuatro hermanos y un padre (terrible, diría Cocteau) presente hasta en su ausencia.
El famoso pequeño tema –que en este caso no es de Vinteuil pero parece– es ni más ni menos que el hilo conductor de la trama. Su estructura no podría ser más sencilla: una serie de escalas ascendentes y (sobre todo) descendentes alrededor de unos pocos acordes. Y suena casi todo el tiempo a lo largo de unas 39 horas. Lo interesante es que, a diferencia de la mayoría de la música de cine, que deriva del leit-motiv wagneriano –diferentes motivos musicales que identifican personajes, conductas, situaciones o hasta lugares–, aquí se remonta, más bien, al obsesivo “tema de la amada” en la Sinfonía Fantástica de Berlioz, que se transforma según el caso en vals, evocación, burla o invocación satánica. El carácter de esa música –y desde ya el movimiento de la cámara, à la John Cassavetes, como señaló con agudeza Fabián Casas en una columna de elDiarioAr– es lo que define cada escena. Convertida en passacaglia barroca, o con su bajo incisivo y la acromegálica máquina de ritmo de la presentación original –la de los títulos- o devenida impromptus schubertiano, sexteto brahmsiano o pieza de swing, esa música adquiere una capacidad de transformación infinita. Ya se han publicado los cuatro discos –o sus equivalentes virtuales– con las bandas de sonido. Aquí comparto el enlace a todas ellas. El juego es de azar. Sin mirar, como el turista que pone el dedo índice en cualquier parte de un mapa de métro parisino para decidir su rumbo, o eligiendo por la simpatía, los recuerdos o la curiosidad que despierten los títulos, o siguiendo cualquier clase de intuición, se invita a escuchar, en principio, tres o cuatro de las identidades asumidas por el tema de Britell y tratar de identificar allí la célula original. Y, si quieren, seguir haciéndolo. Una y otra vez. En interminable sucesión.