El rescate de la semana: Gentle Giant y «Octopus»

“Expandir las fronteras de la música popular contemporánea con el riesgo de ser muy impopulares”, decían las notas en el interior de la tapa doble de Acquirig the Taste (adquiriendo el gusto), el segundo disco de larga duración de Gentle Giant, un grupo inglés que se tomó en serio lo de ser progresivos hasta el punto de haberlo sido demasiado. Por lo menos para la mayoría del público del prog-rock que, obviamente, ni había adquirido, ni lo hizo después, el gusto por los verdaderos desafíos al gusto.
El camino de Gentle Giant fue bastante diferente al de la corriente central del llamado rock progresivo. En lugar de extender el formato a lo largo, uniendo secciones a la manera de una suite, lo hicieron a lo ancho, manteniendo la medida y la forma de la canción pero complejizándola en su interior con la superposición y sucesión de patrones rítmicos irregulares y distintos entre sí, rompiendo la simetría de las secciones, ampliando la instrumentación a timbres inusuales en el rock –xilofón o vibráfono, saxo, trompeta, flauta dulce, cello o violín–, utilizando polifonías sumamente elaboradas en las voces y explorando los límites de la tonalidad funcional –con la que el rock, en general, mantuvo una fidelidad a toda prueba–.
Los tres hijos de un profesor de música ¬–Phil, Derek y Ray Schulman¬–, que tocaban con corrección una gran variedad de instrumentos –aunque no leían ni escribían la notación tradicional–, Kenny Minnear, un tecladista recién recibido como compositor en el Royal College of Music y el guitarrista Gary Green, y los bateristas que se sucedieron entre 1970 y 1972, hasta el arribo de John Weathers, lograron, en todo caso, una de las obras más originales –y menos conocidas– del rock, en un momento en que el rock se imaginaba a sí mismo conquistándolo todo, desde la balada tradicional y el jazz hasta la sinfonía (o su apariencia) y la experimentación más pura.
La estética del grupo, más allá de rasgos distintivos que aparecieron ya en su primer disco, llamado como ellos, tuvo un punto de inflexión en Octopus, su cuarto álbum, publicado en 1972. El título era un juego de palabras entre el pulpo de la tapa y las ocho piezas que lo componían (octo opus). Y dos canciones se desprenden del conjunto. En una, “Knots”, alternan al comienzo, una sección a capella, con un intrincado tejido entre las voces, y una sección instrumental que varía los elementos presentados en la primera, hasta que se superponen en una nueva secuencia que desemboba en un extraordinario dúo de piano y xilofón, con una gran coda de rock duro, intervenida por las irrupciones vocales y por las secciones anteriores, y un final abrupto. La segunda es simplemente una de las canciones más bellas del rock inglés, una balada clásica –aunque no del todo– llamada “Think of Me with Kindness”. “Por qué estoy usando palabras sólo para decir ‘sin vos’”, pregunta en el comienzo. “Nunca, nadie sabe” dice después en una sentencia que, además de remitir a la famosa palabra del cuervo de Poe, tiene en inglés una música particular e intraducible: “Nevermore, never know”, y continúa con “allí, los recuerdos son tristeza, cuando no hay mañana”. La letra implora –y el cantante desdramatiza, con la clásica distancia de la balada inglesa, o de lo inglés a secas– “dormite mientras la dulce pena despierta mi ensoñación,
dormite mientras piensas en mi con amabilidad, por favor recordá los primeros días.”

Para quienes tengan tiempo y ganas, aquí está el enlace al disco completo, que en la edición remasterizada por el músico y productor Steven Wilson, incluye un extracto de la presentación en vivo del grupo en 1976. Y también, como bonus track, un verdadero tour de force vocal e instrumental, el tema “On reflection” incluido en Free Hand, el séptimo álbum del disco, editado en 1975.

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